No es fácil, nada fácil. El reapropiarse de un espacio que has cedido durante más de una década. Y necesito soltar las cosas en plan random, sin buscar un hilo conductor. Me habría encantado tener tiempo para esto que hacía con asiduidad, pero enpecé a perder la ilusión por compartir las palabras. La agenda y el tiempo se me llenaba de compromisos y me abandoné a cerrar espacios.
He pensado en descargar todos los post y cerrar este espacio, pero creo que esto también es un borrón y cuenta nueva que hay que tener en cuenta.
Me he dado de bruces tantas veces en tantos intentos de hacer cosas, que perdí el interés por compartirlos, pero he recordado la importancia de contar tu relato y tu camino, ese en el que a trozos las personas encuentran palabras que también construyen el suyo. Ya no pretendo iluminar a nadie. Empecé “Entre apuntes y pañales” como un mecanismo para lanzar un mensaje en una botella en aquel aislamiento que me supuso mi primera maternidad. Esas botellas que lancé con lo que experimentaba fueron recogidas por algunas personas a las que con el tiempo pondría cara, cuerpo y voz.
Durante otro tiempo encontré una tribu y un espacio que requería de tanto esfuerzo que desaparecí de aquí para volcarme en el espacio, la crianza, la formación y vivir… que no es poco. Perdí esas ganas de compartir en público. El tener que desaprender, deconstruirte y volver a conocerte y reconocerte y volver a romperte, pues joder, no es fácil.
Entender las energías, la puesta en común, el crecimiento, encontrarte con una nueva tú que tiene ganas de vivir de otra manera.
LAS NIÑAS
Las peques han ocupado un espacio tan colosal en mi vida, han supuesto un aprendizaje tremendo, amor a raudales, ganas de poder ofrecerles a una persona que les acompañe entendiendo todos sus procesos. Olvidé los míos y los fui encontrando. Y hay una especie de guerra interna entre los espacios y tiempos para ellas y propios, una guerra de la que sale un monstruo pantagruélico que se llama CULPA. Y estudié y me deconstruí para volver a construirme sin esta bestia que te consume las hormonas del bienestar en pos de ríos de cortisol que hacen que traslades esa guerra a tu día a día, porque va contigo.
Así que yoga, y campo, y parqueos, y rutas, y vacaciones, y ensayos y espacios para disfrutar de todo. Entonces hay que deconstruir la pareja, porque esa culpa también te ha hecho ceder espacios y ha ocultado palabras, se las come y no eres capaz de decirte, porque son tantos los conflictos entre ellas que tú no quieres abonar ese campo de minas en que se convierte tu casa cuando una de ellas activa su glándula hipofisiaria y la otra todavía está aprendiendo a utilizar la rabia, la ira, los celos y está buscando su espacio en el grupo.
Y sigues pensando que la clave eres tú. Y sigues estudiando y deconstruyendo y cocinando y limpiando y amando y criando y educando y trabajando… Y te pierdes y estallas y llega una pandemia.
Cuando respiras, cuando te elevas, cuando eres capaz de devolver los conflictos ajenos a quienes le pertenecen, es entonces cuando comienzas a aligerar una carga que existe, pero que no te toca llevarla. Sabes que ellas son capaces de sostener lo que han venido a vivir y que para acompañarlas no tienes que hacer nada más que creer en su fuerza, escucharlas, mirarlas a los ojos y gritarles con el alma que confías. Y miras a tu pareja y le devuelves sus conflictos internos y reconoces los tuyos y acuerdas andar este camino que hemos elegido comunitar dando ánimo, pero sin desgastar al otro. Aprendiendo otra vez en qué partes de la piel se esconden las palabras que nos relatan. Y pides, pides sin pedir perdón espacios a solas que necesitas como respirar, espacios donde no alimentas nada más que el sosiego mental y dejas que tu cuerpo libere esa carga de ideas, emociones, presiones, alegrías y tristezas… Y eso deja paso a una fuerza que habías olvidado: La alegría.
Tanto has abrazado a la ira como mecanismo que pone límites, tanto ha alimentado la rabia tu inspiración, tanto te has sumergido en el cansancio, que te has olvidado de encontrar la alegría entre las cuerdas de esta dimensión. Y en ello estamos.
Y si parece extraño esto que saco despacito de mi garganta, espacio donde se juntan tripas, corazón y mente, puedo decirlo de una manera rasa y básica. Esta pandemia me tiene harta, porque todo conlleva cuidado, alerta, pies de puntillas. porque parece que no podemos disfrutar de todo con todo. Y trabajar, pensando en que has renunciado a una parte que te ilusionaba y te llenaba, pero igualmente sentías que no lo podías hacer de la manera que lo harías si no tuvieras “carga familiar”, sí señora, he utilizado esta expresión, porque es así como me he sentido en infinidad de ocasiones los últimos tres años.
Así que entre las exigencias propias y ajenas, las ganas de compartir se esfumaban en un ¿PARA QUÉ? Y no es que no lo haya intentado, pero perdí el interés en contar cosas que todo el mundo vive, que todo el mundo experimenta. Tenía un poco la necesidad de esconderme en una cueva y no salir más.
No me hago promesas, no sé cuánto va a durar esto, solo sé que necesito seguir algunas miguitas que me dejé por el camino para dejar menos espacio a la cabeza y darle más espacio a lo que me sostiene por aquí.
Hola.
(Banda sonora: Quiero ser una perra, Rigoberta Bandinni)