22.diciembre.2013
El viernes se alinearon lo astros, las constelaciones formaron un pentágono y mis padres se quedaron a dormir en casa para quedarse con las pitufas durmientes. Nosotros pudimos salir.
Después de una semana de locura absoluta, de preparar los atuendos para la función de Navidad, ultimar pedidos, hacer envíos, hacer un par de disfraces para una fiesta de cumpleaños temática, pasar noches y evacuaciones de un incipiente diente que nos está amargando un poquito la existencia, yo tenía unas ganas irrefrenables de saberme con 28 y quemar Guadalajara a golpe de caderas. Así que después de un día de madrugón (6 am), carrera regalística, ultimar detalles en el disfraz de Minnie, asistir a un evento social muy rosa y con sandwiches en triángulo, aún llegando tarde y cansados, yo no renunciaba por nada del mundo a esas cañitas con tapeo a unas horas en las que siempre suelo estar ya en la cama leyendo un poco.
Así que una ducha, unos vaqueros negros, mi camisa joya todavía sin estrenar, chaquetilla y botas, recogido casual pero monísimo y pintaíta, salí de casa con mi shurri. Íbamos como más ligeros, no sé, felices, cualquiera que nos viese por la calle no se creería ni remotamente que somos papás de dos pitusas, pero sí, lo somos y eso mola más aún.
Nos encontramos con estos amigos y la caña, las tapas, la conversación, las risas, como si nos hubiésemos visto el fin de semana pasado y ¡hacía casi un año! El caso es que empezaron a llegar las cenas de Navidad de los institutos y yo veía grupos de niñas casi uniformadas, pelos larguísimos sin gracia, todas con minivestidos ajustados, con las bailarinas puestas y unos tacones imposibles (imposibles de verdad, vamos, que ni las Monster High los llevan tan altos) en la mano, alguna despistada los llevaba ya puestos y con unos andares de chiquito de la calzada que me hacían sufrir por ella.
Ellos con chinos ajustados en camel, camisa y fular…sí, fular. Con el mismo peinado con el flequillo tipo cupcacke, que le digo yo. Iban monos, pero todos iguales. Hasta el punto que al dirigirnos hacia uno de esos emblemáticos lugares donde tomarte un gin tónic es un placer, nos cruzamos con un grupo de ocho chicas que parecían un cuerpo de baile, en serio, todas iguales y ¡con los mismos zapatos! Luis, achispadillo dejó caer «mira, una de ellas ha encontrado el chollo de la semana y ha gritado ¡seguidme, he encobrado el ofertón!» Qué risa, mare. todavía tengo agujetas en la cara de esa noche.
Me di cuenta de que hace diez años era muy difícil ver a dos chicas que fuesen parecidas y ahora parece que se uniforman, me pareció un poco triste. Entonces me acordé de una frase que me dijo mi madre en una de esas ocasiones en las que me decía que no entendía por qué iba enseñando el culo con los pantalones tan caídos: «cuando no entiendas la moda de la juventud, entonces habrás crecido». Voilá, he crecido. Ahora en vez de enseñar los calzoncillos por abajo, lo hacen por arriba ¡se los suben hasta el ombligo! Van todas con un pelo larguísimo en plan escoba, vestidos mini, a ser posible del mismo tono y taconazos con los que disfrutar de una noche de cena y baile es complétamente imposible. La culpa es mía por haber crecido.
Reflexiones a parte, bailé, hablé, reí y me divertí como si fuese la última noche en la tierra. Tamy ha sido mi compañera de baile desde el instituto y quince años después no falla, nos encanta hacer el gamba. Y como el diablo sabe más por viejo que por diablo y ya he pasado alguna resaquilla con niñas, dos cañas y dos gins me parecieron suficiente para no amargarme el día siguiente. El viernes recargué pilas para una buena temporada.
Que disfrutéis de la primera semana de vacas. Besitos 🙂